Texto
MATSHEPISO (TSHEPI) FINCA
SUDÁFRICA

Ilustración
// Madiba //
Manuel Cabrera
México

Illu_Madiba

// El significado de Mandela //

Tenía 7 años la primera vez que escuché el nombre de Mandela. Fue a mediados de febrero de 1990. Me había sumado a un tropel de niños llenos de polvo, de energía y de emoción del “township” o distrito segregado en el que vivía. Aquella veintena de muchachos se apresuraba hacia la calle principal para «ver a Mandela». Estoy convencida de que por aquel entonces no teníamos ni la más remota idea de quién era ese tal Mandela y seguramente no entendíamos por qué todo el mundo salía a la calle para ser testigo del glorioso retorno a su hogar, a Soweto. Nuestra ignorancia no era de sorprender; el nombre de Mandela había sido eficazmente desterrado del país por el gobierno del apartheid, convirtiéndolo en una figura mitológica en toda Sudáfrica.

Por ello me afecta el discurso público reciente expresado en las redes sociales y, particularmente, el cambio retórico en relación con Mandela, a la luz de la celebración del Día Internacional de Nelson Mandela el día 18 de julio.

La libertad política llegó a Sudáfrica en 1994. Sin embargo, este país, que hoy cuenta con 21 años de vida, todavía tiene muchos retos que superar en términos socioeconómicos después de 300 años de opresión racial: las desigualdades económicas, la pobreza y el desempleo. La juventud sudafricana exige “libertad económica en un futuro inmediato”, cuestionando a la vez la divinización de Mandela, su papel de liderazgo en una transición democrática que transcurrió de forma relativamente pacífica y ejemplar, y hasta su ejemplo al exigir una moral universal basada en el perdón y la reconciliación.

Este artículo no pretende comentar las diferencias de opinión existentes en cuanto al papel de Mandela en las negociaciones de la transición política, su legado o la situación a la que llevó el país, sino reflexionar lo que significa para mí como joven diplomática sudafricana.

Nací y crecí en Sudáfrica, en medio de un estado de emergencia. El país ardía en llamas. La gente común y corriente, incluso los niños, intensificaron las protestas para oponerse a la gran opresión del régimen. El apartheid estaba de rodillas y su colapso era inevitable e inminente. Sin embargo, la lucha seguía ahí. Quedaban, por decirlo en palabras de Churchill, mucha «sangre, sudor y lágrimas» por derramar durante ese tumultuoso período antes de que las negociaciones de la Convención para una Sudáfrica Democrática rindieran una constitución provisional y un gobierno democrático.

A principios de los años noventa perdí a familiares en las masacres contra los habitantes de los townships. Fueron perpetradas en cooperación con las autoridades por hombres armados pertenecientes al partido de la oposición Inkatha Freedom. Ni falta hace mencionar el miedo y el terror al que sucumbimos. La alegría de nuestros juegos de infancia siempre estuvo acompañada por la violencia y la inseguridad que imperaban en aquellos días. «Fue en ese momento crítico cuando Mandela jugó perfectamente el papel unificador que necesitaban todos los grupos que deseaban evitar las terribles consecuencias de que cada grupo promoviera sus propios intereses».(1)

Es este papel de Mandela al que mi memoria siempre retorna cuando reflexiono sobre qué significa Mandela para mí, para Sudáfrica y para el mundo. En un artículo de 1993 de la revista Foreign Affairs (vol. 72, núm. 5), Nelson Mandela redactó su visión de los «nuevos pilares para un nuevo mundo», esbozando la imagen de un mundo en el que los derechos humanos son un elemento central, los conflictos se resuelven de forma pacífica, la justicia se tiene en cuenta, la ley internacional es comúnmente respetada y África es un continente emancipado. Toda una serie de elementos que contrastan con la nefasta manera de la que la Sudáfrica del apartheid dirigió sus relaciones internacionales.

Los conflictos, las convulsiones políticas y económicas, las desigualdades, la esclavitud en su expresión moderna y el crimen internacional, entre otras cuestiones, continúan plagando a las naciones del mundo. La Sudáfrica de Mandela se convirtió en un símbolo internacional de la reconciliación y la construcción de la paz y se valió de la diplomacia como herramienta para ayudar a resolver otros conflictos en otros lugares del mundo.

Aunque se puede debatir sobre las ventajas y desventajas de este idealismo, es difícil de negar que Mandela –que no solo apostó por el camino menos transitado de la justicia a través de la paz y la reconciliación sino que también convenció a sus compatriotas para abandonar las armas y poner los problemas sobre la mesa del diálogo –es un ejemplo a seguir para Sudáfrica y el mundo entero.

El día 18 de julio la gente conmemoró el Día Internacional de Nelson Mandela en distintos lugares del mundo con una ceremonia de 67 minutos dedicada a los menos privilegiados y en la que se apeló a las siguientes generaciones para asumir el liderazgo afrontando las injusticias sociales del planeta.

La Embajada de Sudáfrica en Berlín está observando con preocupación el sufrimiento que viven las personas sin hogar y las personas refugiadas en Berlín y presta ayuda al centro de ayuda alemán Bahnhofsmission. También encabeza un proyecto de amistades por correspondencia y un concurso de redacción en un mundo que cada vez es más intolerante frente a diferencias de credo y de opinión. «Más puede la pluma que la espada» es un dicho que no podría ser de mayor transcendencia. Solo a través de la comprensión mutua podemos liberar nuestras sociedades de la lacra de la intolerancia y la xenofobia. Se trata de que estas parejas de amigos establecidas entre escuelas alemanas y sudafricanas redacten un relato corto sobre dos niños sin techo –a modo de versión contemporánea del cuento de Hansel y Gretel– con Nelson Mandela como uno de sus personajes.

A través de estas iniciativas esperamos poder atraer la atención sobre la dureza de una vida sin hogar y apelamos a las demás personas a sumarse a nuestro esfuerzo. Como dijo Nelson Mandela: «Lo que cuenta en la vida no es el simple hecho de que hemos vivido. Es la diferencia que hemos producido en las vidas de otros la que determinará el significado de la vida que hemos llevado».

(1) Mine, Y. (2013), “Preventing Violent Conflict in Africa: Inequalities, Perceptions, and Institutions“, Palgrave Macmillan, p. 106

Tshepi Finca

Tshepi Finca nació en Soweto, un township de Johannesburgo, Sudáfrica. Actualmente cursa el Máster de Relaciones Internacionales de la Universidad Libre de Berlín y es responsable de Diplomacia Pública como Primera Secretaria de la Embajada de Sudáfrica en Berlín. Correo-e: fincam@dirco.gov.za

Manuel Cabrera

Manuel Cabrera nació en la Ciudad de México en 1986. Ahí estudió diseño gráfico en la Universidad Iberoamericana. Actualmente trabaja como diseñador e ilustrador independiente y termina sus estudios de arquitectura.

Septiembre 2015
© Santacruz International Communication

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *