// La importancia del patrimonio cultural en los procesos de reconciliación //
En cada pueblo, ciudad o gran metrópolis hay lugares y edificios que albergan memorias. Son aquellos elementos que significan mucho más que su materialidad. Son singulares y crean identidad. De belleza abrumadora, cuentan historias del pasado, pero también del presente y del futuro. Estos sitios se perciben precisamente así porque están profundamente unidos a los sentimientos de identidad y de pertenencia de las personas. Todo edificio religioso, biblioteca o museo y otras tantas obras arquitectónicas son guardianes de la memoria. Cuando uno de estos edificios se ve destruido o dañado, la recuperación y rehabilitación son sumamente importantes.
Bosnia y Herzegovina fue un país conocido por la convivencia armónica y respetuosa entre religiones y naciones, donde las personas celebraban juntas todas las festividades religiosas. En Sarajevo y en otras ciudades bosnias, mezquitas, iglesias y sinagogas coexistían perfectamente una junto a otra. Esto todavía es así en algunos barrios de Sarajevo, Tuzla o Gracanica. Sin embargo, el pluralismo religioso no fue capaz de hacer frente a las fuerzas destructivas que en 1992 llevaron al país a la guerra, sino que esa pluralidad fue utilizada como arma de división.
La guerra contra esa Bosnia y Herzegovina multicultural se prolongó hasta 1995. Más de cien mil personas tuvieron que morir y más de un millón se vieron desplazadas de sus lugares de origen. Son cifras abrumadoras, teniendo en cuenta que se trata de un país de cuatro millones de habitantes. Los bombardeos diarios dejaron gran parte de Sarajevo y de Mostar en escombros. Aproximadamente unas 1.500 mezquitas a lo largo y ancho de Bosnia y Herzegovina – construidas mayoritariamente entre los siglos XV y XIX – quedaron dinamitadas, incendiadas o derruidas. Las mezquitas Ferhadija, en Bania Luka, y Aladza, situada en Foca, fueron los mayores exponentes de la arquitectura musulmana que sufrieron durante la guerra. Los edificios del Instituto Oriental y la Biblioteca Nacional en Sarajevo, que custodiaban importantes manuscritos e incunables de gran valor, ardieron en las llamas de las bombas de fósforo. La parte de Mostar situada al este del río Neretva se quedó sin minaretes, sin la iglesia ortodoxa de las colinas y sin los tradicionales negocios de la calle de Kujundziluk y otros barrios. Sin embargo, la herida más grande fue causada por la destrucción del famoso Puente Viejo. Con él desapareció un símbolo universal de la cultura que unía a todos los habitantes de Bosnia y Herzegovina. Después de toda esa desolación, la gran ola de reconstrucciones en la que se sumió Bosnia y Herzegovina era de esperarse. Fue – y sigue siendo – un intento de recuperar aquello que se creía perdido para siempre.
Farida Shaheed afirma que la «destrucción del patrimonio cultural en el contexto de una guerra o un conflicto también tiene repercusiones importantes sobre los derechos humanos. El derecho de acceso al patrimonio cultural de otros y su disfrute de una manera no estereotipada en las situaciones posteriores al conflicto tienen máxima importancia.. […] Los procesos de consolidación de la paz deberían incluir la reparación del patrimonio cultural con la participación de todas las partes afectadas y la promoción del diálogo intercultural sobre el patrimonio cultural.». En estos casos, restablecer un edificio o construcción es sinónimo de recuperar un símbolo, de cubrir y proteger heridas abiertas. Es una cuestión arquitectónica, pero, por encima de ello, una cuestión de recuperar la identidad y la dignidad humanas. En estos casos, la arquitectura y el patrimonio cultural no son meros testigos de la historia, sino símbolos de supervivencia. Reconstruir la materialidad es una manera de reconstruir la dignidad de las personas y, además, recuperar ese respeto mutuo necesario para la reconciliación.
El Puente Viejo de Mostar data del siglo XVI. Este puente de un solo arco enmarcado por torres medievales y pequeños negocios orientales unía las dos orillas del río Neretva. Después de varios días de bombardeo, el día 9 de noviembre de 1993 el puente se desplomó sobre las frías aguas del Neretva. Su reconstrucción fue parte del programa decenal llamado Mostar 2004. Durante los diez años del proyecto, la ciudad fue un lugar de encuentro no solo para la gente de Bosnia y Herzegovina sino también para organizaciones internacionales como el Banco Mundial, la UNESCO, la Fundación Aga Khan, el IRCICA y tantos otros. Todas ellas colaboraron en la reconstrucción, bien con ayudas económicas, bien en forma de asesoramiento. Las obras de reconstrucción también desvelaron información sobre los orígenes del puente y se aprovechó para presentar de forma renovada la larga historia del conjunto arquitectónico. En julio de 2005, la zona del Puente Viejo de Mostar fue inscrita en la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO y hoy en día es uno de los lugares más visitados de Bosnia y Herzegovina.
La ciudad de Stolac es otro ejemplo de especial importancia. Stolac fue destruida casi por completo en 1993. Mientras que en Mostar fueron las bombas de fósforo las que causaron los mayores daños, en Stolac las mezquitas fueron dinamitadas y sus escombros terminaron en grandes vertederos o en el lecho del río. Se prendió fuego a la mayoría de las casas, ya fueran edificios antiguos o de nueva construcción. Yo misma fui por primera vez a Stolac durante el verano de 2001. Algunas personas habían vuelto a sus hogares, pero vivían angustiadas escondiéndose en edificios a medio reconstruir. Por aquel entonces, Stolac era una ciudad de sombras. La recuperación empezó con la reconstrucción de la mezquita de Charshiyska en el centro de la ciudad. Levantada en 1519, Charshiyska era la mezquita más grande y esplendorosa de toda la región. Fue destruida en 1993 y reinaugurada en 2003. Los restos de piedra del edificio original rescatados de los vertederos fueron catalogados y reutilizados como parte integral de la reconstrucción. Las personas que regresaron a Stolac participaron activamente en ese proceso. A medida que la mezquita resurgía piedra por piedra, las sonrisas volvían al rostro de las personas, que empezaban a caminar nuevamente con la cabeza en alto. La humillación que trajo consigo la destrucción del casco urbano, la mezquita, los pequeños negocios, el musafirhana (antiguo albergue) y demás edificios se había desvanecido y había dejado paso a una nueva esperanza de futuro.
Otro acontecimiento que los ciudadanos de Sarajevo y de Bosnia y Herzegovina no borrarán de su memoria es la quema del edificio del ayuntamiento de Sarajevo, que guardaba colecciones especiales, manuscritos y libros excepcionales así como un fondo importante perteneciente a la Biblioteca Nacional de Bosnia y Herzegovina. “En un infierno de tres días, del 25 al 27 de agosto de 1992, la biblioteca fue derruida (se calcula que en un 90 por ciento) y sus colecciones se redujeron a cenizas.» Mientras el vigoroso fuego engullía los fondos de la biblioteca, «los bibliotecarios y demás voluntarios formaron una cadena humana para rescatar los libros pasándolos de mano en mano y llenado una fila de camiones enteros.» Esas personas arriesgaron sus propias vidas para salvar los escritos de la Biblioteca Nacional y, aun así, una cantidad ingente se perdió para siempre.
Las obras de reconstrucción del edificio del Ayuntamiento llevan ya tiempo en ejecución. La reinauguración está prevista para el 9 de mayo de 2014. Ya que el edificio original no estaba previsto como biblioteca, solo una parte será usada por la Biblioteca Nacional de Bosnia y Herzegovina. La nueva construcción albergará un museo sobre la historia del edificio y oficinas municipales. Hoy en día, los bibliotecarios de la Biblioteca Nacional siguen luchando para recuperar parte de las colecciones que desaparecieron con el incendio de ese agosto de 1992. Los daños, irreversibles en gran medida, demuestran lo vulnerables que son nuestros manuscritos y demás información escrita.
A lo largo y ancho del planeta, existen muchísimos ejemplos más de recuperación del patrimonio cultural. Todos ellos tienen algo en común: reviven algo que se creía perdido. En el caso de comunidades trastornadas por la guerra, además, fomentan la reconciliación. Cuando un edificio, un lugar o un documento maltrecho resurge, difunde un mensaje potente: los destructores no alcanzaron sus propósitos. Se abren así las puertas para recuperar, en un futuro, el respeto mutuo.
Las peligros que pueden acechar nuestro patrimonio cultural son imprevisibles. Por ello, es indispensable que lo fomentemos, lo conservemos y lo apreciemos con todo su valor. Así nos conoceremos más a nosotros mismos, pero también aprenderemos los unos de los otros y surgirán nuevos vínculos humanos. La diversidad enriquece nuestras vidas y debemos mantenerla viva para todas las generaciones venideras.
Medina Hadžihasanović-Katana
Medina Hadžihasanović-Katana es arquitecta con más de diez años de experiencia y participación en unos treinta proyectos de rehabilitación y reconstrucción de patrimonio arquitectónico en Bosnia-Herzegovina. Se graduó en la Facultad de Arquitectura de Sarajevo y obtuvo una maestría en la Universidad Internacional de Cataluña. En la actualidad, está elaborando su tesis doctoral en la Universidad Técnica de Berlín. De 2003 a 2009, dirigió el Centro para el Patrimonio Cultural del “Foro Internacional Bosnia”. Es asesora de la Comisión para la Preservación de Monumentos Nacionales de Bosnia-Herzegovina.
Manuel Cabrera
Manuel Cabrera nació en la Ciudad de México en 1986. Ahí estudió diseño gráfico en la Universidad Iberoamericana. Actualmente trabaja como diseñador e ilustrador independiente y termina sus estudios de arquitectura.
Abril 2014
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