Texto
Andreu Jerez, España

Ilustración
// Transitions//
Manuel Cabrera, México

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// Cada mesa, un Vietnam //

“Puede decirse con seriedad que el periodismo, primera última de todas las cosas, como hubiera dicho Esopo, ha creado a los hombres una vida completamente nueva, llena de progresos, de ventajas y de cuidados. Esta voz de la humanidad que viene cada mañana a nuestro despertar a contarnos cómo ha vivido la humanidad la víspera, proclamando ya grandes verdades, ya espantosas mentiras, pero siempre marcando cada uno de los pasos del ser humano y sonando a todas horas de la vida colectiva…”.

La aristócrata francesa Amandine Aurore Lucile Dupin escribió bajo el seudónimo masculino de George Sand el párrafo que abre este texto durante una estancia en isla de Mallorca entre los años 1838 y 1839. Con la Revolución Francesa todavía muy fresca en la intelectualidad gala de la época, Dupin (o Sand) expone con gran claridad el alto valor que el periodismo (esa labor de saber contar con tino historias más o menos relevantes para el conjunto de la sociedad) tuvo en la modernidad.

De camino a que se cumplan los 200 años del puñado de líneas trazadas por Dupin, algunos parecen empeñados en enterrar al periodismo, tal y como se hiciera ya con la modernidad, periodo historiográfico en el que la tarea de describir la realidad a través de la razón tanta importancia tuvo en la búsqueda de la verdad. Con la inauguración de la postmodernidad, el concepto de verdad pareció saltar en mil pedazos, al igual que la importancia de su búsqueda. Con el inicio de la postmodernidad, todo se convirtió en relativo y poliédrico. También la verdad, fin último del periodismo honesto.

El cierre de decenas de medios de comunicación, el consecuente despido de miles de periodistas en todo el mundo y la aparentemente imparable precarización de las condiciones laborales de aquellos profesionales de la información que todavía tienen un puesto de trabajo parecen darle la razón a esas voces agoreras, tan del gusto del relativismo postmoderno, que dan por amortizada la noble profesión de (intentar) explicar a diario lo que ocurre a nuestro alrededor, de hacerse preguntas y de contestarlas a través de más preguntas.

El mejor de los mundos posibles

Hace una década, el proceso de precarización de las condiciones laborales de los periodistas en países europeos como España ya había comenzado. Ello a pesar de que la vieja Europa, ahora instalada en una crisis económica, política y de identidad de consecuencias todavía impredecibles, parecía vivir en el mejor de los mundos posibles. Las economías nacionales crecían, se creaban puestos de trabajo, los bancos concedían créditos y los ciudadanos consumían.

Y pese a que el círculo virtuoso del sistema capitalista funcionaba a la perfección, tanto en los medios de comunicación como en las facultades universitarias de periodismo ya cundía el mensaje de que la profesión de contar historias no tenía futuro. ¿Preparaban el terreno los grandes conglomerados mediáticos para lo que estaba por venir?, me pregunto ahora, diez años después, mientras redacto estas líneas.

Sea como fuere, el futuro ya está aquí: redacciones desmanteladas (o en proceso de desmantelamiento) de diarios antaño referenciales e imprescindibles para descifrar la realidad global; empresas de información engullidas por grupos cuyos intereses poco o nada tienen que ver con el buen periodismo; redacciones en las que el corta y pega ha sustituido a la investigación seria y honesta; profesionales que desempeñan el periodismo atemorizados por perder su trabajo, que evitan hacer preguntas incómodas sobre el poder político y económico que pende sobre ellos, y que, por tanto, traicionan la esencia misma de su profesión: hacer preguntas que lleven a más preguntas, que acaben desembocando en respuestas, que permitan servir una cierta ración de verdad al lector, espectador u oyente.

Así las cosas, ¿está el periodismo condenado a desaparecer? Si la verdad está muerta, ¿ha perdido realmente la profesión periodística toda razón de ser? Al igual que tras el estallido de la crisis sistémica del capitalismo supimos que países europeos como España estaban lejos de vivir en el mejor de los mundos posibles, hoy y aquí podemos ofrecer una exclusiva: el buen periodismo seguirá vivo dentro de diez años pese a todas las dificultades financieras a las que está haciendo y a las que tendrá que hacer frente. Y, paradójicamente, esa pobre pero robusta salud del buen periodismo tiene bastante que ver con la destructiva y omnipresente crisis económica.

Periodista pobre, periodista incómodo

“Una cuenta raquítica en el banco y un poco de rabia en el estómago favorecen el mejor periodismo”. Esta frase es de Enric González, experiodista del diario español El País, actualmente en nómina del periódico El Mundo: fue uno de los profesionales que se quedó sin trabajo en una de las últimas oleadas de despidos decidida por la actual dirección del que fuera un gran periódico (me refiero a la primera de las publicaciones mencionadas).

Como bien apunta González, por lo general, cuanto más dinero tiene un periodista en el banco, menos incómodas se vuelven sus preguntas y menos incisivos sus reportajes. Cuando en la España de hace diez años, los profesionales de la información se preguntaban sobre los porqués del fracaso de programas de investigación periodística en televisión, mientras la “tele-basura” o los contenidos de calidad insultante obtenían grandes audiencias, la respuesta solía ser siempre la misma: “Es lo que la gente quiere”.

La época de la vacas gordas, del flujo eterno de crédito y del círculo virtuoso del capitalismo es historia en España. Y con ello, el gusto de la gente parece haber cambiado, al menos en parte: imprescindibles, recomendables e incómodos programas televisivos de investigación como Jordi Évole, han conseguido cuotas de pantalla de más del 15 por ciento, algo impensable hace diez años, cuando Europa “vivía” en el mejor de los mundos posibles. Programas que abordan temas de interés general bien incómodos para con el poder político y, sobre todo, con el económico recuperan un espacio que habían perdido cuando a todos nos iba aparentemente mejor que ahora.

En su libro ‘Memorias líquidas’, Enric González reconoce que Josep María Huertas Clavería fue fundamental en su carrera profesional: “Cada mesa de la redacción, según la «doctrina Huertas», debía ser una trinchera de resistencia frente a la empresa y los demás poderes. La «doctrina Huertas», de la que me declaro seguidor, considera que la legitimidad de un periódico radica en su redacción, no en los intereses de sus propietarios”, escribe el experiodista de El País. Jordi Évole, director del programa Salvados, también ha declarado alguna vez ser un fiel seguidor de la «doctrina Huertas».

Así las cosas, y pese a la crisis económica (o precisamente gracias a ella), no hay nadie que parezca estar más lejos de la verdad que aquellos que pregonan a los cuatro vientos el fin del periodismo. Los que vaticinan su fin errarán como aquéllos que predijeron el “fin de la historia” tras la caída del Muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría.

Digan lo que digan, nada ni nadie podrá sustituir el irremplazable valor de esta profesión. O como lo escribe apasionadamente Enric Gonzalez: “No hay que olvidarlo: cada mesa, un Vietnam. Hay que resistir, hay que intentarlo siempre. Al periodista le pagan para que haga de periodista. Para lo otro están los jefes.”

Andreu Jerez

Andreu Jerez nació en Murcia (España) en 1982. Tras estudiar periodismo en la Universidad Autónoma de Barcelona y trabajar en diferentes medios de la capital catalana, decidió marcharse a Berlín intuyendo la crisis que se cernía sobre las economías del sur de Europa. Actualmente, colabora desde la capital alemana con diferentes medios de comunicación, como la televisión internacional alemana Deutsche Welle, el diario español ABC, el semanario catalán Directa o el portal digital esglobal.org. Además, es miembro del colectivo Contrast, y cuelga crónicas y otros géneros periodísticos en su blog personal www.cielobajoberlin.blogspot.de

Manuel Cabrera

Manuel Cabrera nació en la Ciudad de México en 1986. Ahí estudió diseño gráfico en la Universidad Iberoamericana. Actualmente trabaja como diseñador e ilustrador independiente y termina sus estudios de arquitectura.

Febrero 2014
© Santacruz International Communication

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