// El arte de la traducción o cómo transportar imágenes a través de la palabra//
Hace poco leí en el periódico que Barack Obama y Vladimir Putin hablaron por teléfono durante 90 minutos sobre la situación en Ucrania. Me pregunto cómo fue esa conversación… Intento imaginármela: ¿Hablaron en inglés? Seguramente no. Lo más probable es que ese diálogo fuera tanto en ruso como en inglés y que aquello que querían decirse el uno al otro lo transmitieran sus intérpretes. ¿Cómo afectó eso a la comunicación? ¿Se perdió parte del mensaje por el camino? Espero que no, teniendo en cuenta la volátil situación que se vive en la península de Crimea.
Como traductor profesional, sé de qué hablo cuando digo que hay barreras lingüísticas y cuán devastadores pueden ser los efectos de una mala comunicación. Algunas traducciones son pésimas y divertidas; otras pueden salir muy caras en un mundo globalizado como es el nuestro. Para muestra, un botón: Cuando la cadena de comida rápida Kentucky Fried Chicken entró en el mercado del gigante asiático, su lema “Finger licking good” fue traducido al chino como “Cómete tus dedos”.
Además, el tono de la voz es un factor sumamente importante en la interacción humana. Según el reportaje que leí, el Presidente Obama lanzó un mensaje de advertencia a su homólogo ruso. Me pregunto si esa advertencia también fue transmitida por el tono de su voz. ¿Cómo se percibió el mensaje a través de su entonación? ¿Como una sugerencia, una exigencia – o acaso un ultimátum? Cuando oigo a Putin hablando en ruso, siempre tengo la sensación de que se está quejando. ¡A lo mejor lo hace! ¿O quizá es únicamente la manera en la que percibo su idiolecto, su manera personal de hablar? ¿Qué oyó el Señor Obama en la voz del Señor Putin? Al colgar el teléfono, ¿estaba seguro de que su mensaje había sido recibido tal como era su intención?
Ahora, si pasamos del lenguaje oral al escrito, ¿qué ocurre con ese tono de voz? No hay sonido para poder trasladarlo. Aquí entra en juego la “lectura entre líneas”. El tono se expresa a través del uso de ciertas palabras en detrimento de otras, en la longitud de las frases, en el estilo, etc. Ese tono verbal también puede reflejarse en el uso de la negrita y la cursiva, letras mayúsculas o símbolos. No menos importante es el uso de la coma, que puede cambiar radicalmente el significado de una frase. «La coma, esa puerta giratoria del pensamiento», decía Julio Cortázar. Porque la diferencia entre “¡No, piense!” y “¡No piense!” es más que obvia.
La manera en la que es recibida y entendida una traducción depende, en gran medida, de factores sociales y culturales. Al fin y al cabo, el hecho de que las personas tengamos un bagaje y una herencia culturales distintos hace que percibamos el mundo de formas muy divergentes. A modo de ejemplo: Las personas no nos reímos de los mismos chistes, no comemos la misma comida ni escuchamos la misma música o miramos las mismas películas. Tampoco conducimos la misma marca de automóvil ni compartimos los mismos valores. Es por eso que las personas no siempre entendemos las cosas de la misma manera y con los mismos matices. Un fenómeno similar se da cuando dos culturas comparten una misma lengua. Si un español pide en un bar de Bogotá un tinto, quedará sorprendido al ver que le traen un café bien cargadito y no esa copita de vino que quería.
La comunicación es uno de los elementos clave para movernos en un mundo globalizado. En él, a los traductores profesionales se les encomienda una labor de una importancia excepcional. Los profesionales que se dedican a este oficio deben ser tanto bilingües como biculturales. Deben poseer amplísimos conocimientos de su lengua y cultura de origen así como de la lengua y cultura de destino; y eso, tanto de forma escrita como oral. Además, tienen que conocer en profundidad las correlaciones idiomáticas y etimológicas entre sus lenguas de trabajo. Para el traductor, es indispensable reconocer los segmentos de significado que requieren una traducción literal palabra por palabra y cuándo alejarse de las palabras del original para parafrasear un significado profundo y complejo sin olvidar una terminología adecuada para el texto.
El trabajo del traductor puede ser de gran complejidad. Además de conocer lenguas y culturas, sus competencias van forjándose durante la labor. Se requieren aproximadamente diez años de experiencia para alcanzar un nivel altamente profesional. Teniendo esto en cuenta, es un error muy grave considerar que una persona que habla dos idiomas, por el mero hecho de conocerlos, es capaz de elaborar una buena traducción.
Con alguna escasa excepción, las traducciones literales no sirven para absolutamente nada en el mundo en el que vivimos. La traducción no es un proceso lógico. A pesar de todos los avances en el desarrollo de la inteligencia artificial, una traducción automática (Google) puede ser correcta al 100% en el sentido de que se han traducido todas las palabras. Sí, cierto, pero eso casi siempre es inservible. Me quedo absolutamente atónito cuando veo que algunas grandes empresas invierten ingentes cantidades de dinero en establecer su imagen a nivel internacional y luego escatiman a la hora de traducir precisamente esa información que es esencial para transmitir su marca.
Traducir significa tomar decisiones, que a su vez implica interpretar. La tarea del traductor se compara a menudo con la del artista. Un actor o un músico interpreta una obra de arte, y así procede el traductor con su texto. Me gustaría ir un poco más allá y comparar el trabajo del traductor con el de un gran pintor. En nuestro oficio, primero debemos entender qué imágenes tenía en mente el autor al producir su obra y luego recrear esas mismas imágenes en la mente del lector.
Michael Hooper
Michael Hooper nació en Estados Unidos. Estudió psicología y trabajó como terapeuta antes de trasladarse a Berlín en 1991, año en que se unió a la agencia Text International. Ha trabajado como traductor y escritor de textos publicitarios para muchas de las grandes agencias de publicidad de Alemania y para empresas del sector industrial. www.textinternational.com
Manuel Cabrera
Manuel Cabrera nació en la Ciudad de México en 1986. Ahí estudió diseño gráfico en la Universidad Iberoamericana. Actualmente trabaja como diseñador e ilustrador independiente y termina sus estudios de arquitectura.
Marzo 2014
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