Texto
Olga Hauer-Tyukarkina
Rusia

Illustration
// A call to action //
Manuel Cabrera
Mexico

Illu_Acalltoaction

// Rusia en el orden mundial contemporáneo //

Con asiduidad se habla de la transformación que se ha dado en el sistema contemporáneo de las relaciones internacionales. Esta transformación viene inducida por hitos alcanzados a lo largo de la historia, como pueden ser la intensificación de la comunicación global en red, la sincronización de los valores culturales con el desarrollo del síndrome de la «aldea global», el aumento del poder que adquieren las marcas en una sociedad postmoderna basada en el bienestar y el consumo así como tantos otros. Vivimos en un mundo de grandes contradicciones que aspira a estar unido dentro de la diversidad y a gozar de una democracia y un bienestar globales por un lado, pero dominado, por el otro, por la noción del poder. Sea blando o duro, el poder es lo que determina el rol de cada agente dentro del sistema de las relaciones internacionales.

¿Qué es un sistema de relaciones internacionales? En general, se trata de una unidad compleja que consiste, como mínimo, de tres elementos básicos: agentes, vínculos entre los agentes y el medio externo en el que los agentes establecen esos contactos recíprocos. Hoy en día, el sistema de relaciones internacionales incluye agentes o global players –estados soberanos, organizaciones internacionales, organizaciones no gubernamentales, corporaciones transnacionales y a veces incluso personas individuales– vinculados entre sí mediante diferentes tipos de relaciones –económicas, políticas, culturales, militares– en una determinada época.

Todos estos agentes, con una red de vínculos establecida en un medio existencial muy concreto, conforman el sistema de relaciones internacionales, el llamado orden mundial. Este orden tiene elementos muy dispares que pueden ser estructurados y claramente definidos, pero también difusos y transitorios. En ningún caso se trata de un sistema fijo, estático. Es un organismo vivo que se desarrolla y va adoptando nuevas formas reflejando así el paradigma del statu quo en las relaciones internacionales.

En el plano diacrónico, la constelación del orden mundial ha venido cambiando sendas veces: a lo largo de la historia ha sido multilateral, bilateral, unilateral… Sin embargo, la última gran transformación se dio con el derrumbe de la URSS, que marcó el final de la Guerra Fría y el sistema de relaciones bilaterales con dos grandes potencias que definían el orden mundial.

Después del colapso de uno de estos dos polos, la URSS, el sistema pasó a ser unilateral quedando Estados Unidos como única gran potencia. Rusia se convirtió en un ídolo con pies de barro y un pasado difícil, un presente aun más arduo y un futuro completamente incierto. La sociedad, que durante décadas había vivido el sueño de estar construyendo una utopía comunista, se vio desorientada. Las titubeantes actuaciones políticas por parte de las élites abarcaban desde el servilismo hasta deficientes intentos para proteger los intereses nacionales. Se instauró un estado de emergencia permanente que por un lado conllevaba permisividad, pero por el otro desató una cacería de brujas. Todos estos factores contribuyeron al declive del poder de Rusia, que terminó perdiendo su rol como global player.

Los «aires de cambio» en la autopercepción rusa llegaron con el nuevo milenio. El gobierno de Vladimir Putin se marcó el objetivo de reinventar el papel de Rusia dentro de un mundo globalizado y redefinir así su lugar en el escenario internacional. Sin embargo, una gran encomienda como esta no es algo que se pueda realizar en un año; ni siquiera en diez. Se trata de un proyecto estratégico a largo plazo que debería considerarse una prioridad clave a nivel nacional.

La definición del papel que juega un país en el terreno internacional está intrínsecamente ligada a la cuestión básica de la identidad y la ideología nacionales. Después del desmembramiento de la URSS, Rusia quedó ideológicamente despojada: había desaparecido la misión de país como Unión Soviética. El vacío creado se llenó de típicos interrogantes identitarios: ¿Somos Oriente u Occidente? ¿Cuál es nuestra ideología como nación? ¿Dónde querremos estar dentro de 20 o 30 años?

La Rusia actual considera que su objetivo es recuperar esa relevancia a nivel internacional. Hay que admitir que Rusia tiene mucho menos que ofrecer a la comunidad internacional en este momento. Aparte de petróleo, Rusia no exporta grandes marcas mundialmente reconocidas. Obviamente Rusia posee un gran patrimonio cultural. Sin embargo, el país no puede limitarse a permanecer anclado en los logros del pasado explotando el capital simbólico de Tolstói, Dostoyevski, el ballet ruso, el Sputnik y Gagarin, sino que también debería ofrecer valores relevantes en el presente.

Por otra parte, en vez de incrementar su soft power, Rusia sigue apostando por el poder duro, que es efectivo a la hora de obtener resultados inmediatos y de demostrar al mundo «quién manda aquí». Parece ser que las élites rusas han recuperado la idea de un Moscú a modo de Tercera Roma, el gran centro de poder de la política mundial. Sin embargo, ¿sigue esta siendo una idea válida hoy en día?

Tengo la firme convicción de que, en lugar de una Tercera Roma –con un extenso imperio y gran importancia política a nivel global–, Rusia debería apostar por llegar a ser la Segunda Antigua Grecia –un centro de cultura ortodoxa, ciencia e innovación. Rusia debería retomar su poder como núcleo cultural del mundo paneslavo y restablecer su peso geopolítico en un espacio post-soviético.

Actualmente Rusia está perdiendo la influencia en dicho espacio, ya que muchos Estados de la antigua URSS se ven atraídos por un encaje occidental. El poder de seducción reside en el hecho de que este nuevo encaje puede servir para eliminar el pasado soviético reemplazándolo por un futuro de enfoque occidental, que cada vez adquiere más atractivo, ya que tiene mucho que ofrecer. La dudosa posibilidad de entrar en la UE tiene mucho más peso que el hecho de ser estados miembro de la Comunidad de Estados Independientes.

Rusia conserva cierta influencia en el espacio post-soviético, aunque ya en declive. Así, por ahora, Rusia debería abandonar sus ambiciones como global player y centrarse inicialmente en restablecer su papel como líder de opinión a nivel regional. Ese liderazgo debería estar basado en la identidad cultural y la historia y el patrimonio simbólico compartidos. Rusia debería reconsiderar el uso de poder blando y centrarse en su posición como núcleo cultural potente que puede ofrecer tanto valores atractivos así como logros culturales y científicos a terceros países.

Junto al enfoque cultural, Rusia debería apostar por ofrecer a la comunidad post-soviética un proyecto atractivo que sirva de alternativa a lo que pueden ofrecer la Unión Europea y Occidente en general. Podría tratarse de una Comunidad de Estados Independientes reconfigurada con una integración económica más profunda, colaboración en materia de seguridad e intercambio cultural. El papel que debería adoptar es el de elemento de unión, creador de un complejo estable e integrado que proteja los intereses nacionales tanto propios como de los demás miembros de la unión proporcionándoles una voz potente en las esferas internacionales.

Olga Hauer-Tyukarkinaa

Olga Hauer-Tyukarkina nació en 1988 en Rusia. Se ha doctorado en Ciencias Políticas en la Universidad Estatal de Moscú, donde actualmente imparte docencia sobre conflictología política y diplomacia pública en la Facultad de Ciencias Políticas. Ha publicado varios libros y artículos en este mismo ámbito y es experta en comunicación y relaciones públicas.

Manuel Cabrera

Manuel Cabrera nació en la Ciudad de México en 1986. Ahí estudió diseño gráfico en la Universidad Iberoamericana. Actualmente trabaja como diseñador e ilustrador independiente y termina sus estudios de arquitectura.

Junio 2015
© Santacruz International Communication

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *