// Sobre el arte en espacios públicos y otras geografías menores //
“Sólo hay una pequeña parte de la arquitectura que pertenece al arte: el monumento funerario y el monumento conmemorativo. Todo lo demás, lo que sirve para un fin, debe quedar excluido del reino del arte.” Arquitecturas 1910, Adolf Loos
Hacia el final de los años 90 aparecen fotografías en blanco y negro sobre varias vallas publicitarias del centro de Bogotá sin ningún tipo de slogan o frase que anunciara algún producto. Por el contrario estas fotografías daban la apariencia de estar deshabitadas, casi tristes. Una de ellas era la foto de una cama recién abandonada: la sábana blanca revuelta y las almohadas aún con la huella de la cabeza de sus huéspedes. Al fondo de la imagen, una pared sin marcas o señales. La calidez del espacio se lograba intuir a pesar de ser una imagen en blanco y negro. El espectador estaba ahí, de improviso, invitado desde una acera en medio del bullicio de la gente a ver la intimidad de algún desconocido.
Esta era una muestra del trabajo del artista cubano Félix González-Torres. Este artista utilizó vallas publicitarias en algunos de sus trabajos en varias ciudades del mundo. Valiéndose de la valla publicitaria cotidiana, la que casi ya pasa desapercibida por sí sola, logró transformar la calle en su espacio de exposición. Él introdujo imágenes de intimidad y sencillez, en otros casos utilizó textos en dónde conmemoraba mediante la fecha y un nombre eventos importantes, por ejemplo, en la historia de los derechos homosexuales o mediante alguna frase recordaba fallas en el sistema de salud estadounidense. Así, la superficie típicamente destinada al comercio se convirtió en nuevo territorio conquistado donde poder expresar y conmemorar personas y eventos, en un espacio público reticente a estas pequeñas pero importantes historias.
Se dice que la historia la escribe sólo el vencedor. Y de eso pareciera dar fe cada estatua y monumento que existe en las plazas y parques de diferentes ciudades. En cada ciudad se acumulan monumentos conmemorativos que representan personajes ilustres, rememoran hazañas, eventos y triunfos. Esta manera de conmemorar corresponde a una visión que de alguna manera perpetua la guerra como el evento desde el cual se ‘construye’ la historia.
Al comienzo del siglo XX y bajo la mirada de la arquitectura moderna, los monumentos que ocupaban antiguamente los espacios públicos fueron vistos más como un elemento decorativo sin ninguna función. Ya en los años 50 y gracias al avance técnico en la construcción, los grandes edificios prefabricados de vivienda llegaron a popularizarse alrededor del mundo. El urbanismo hecho con grandes bloques de vivienda eran el legado de las propuestas de arquitectos que como Le Corbusier apostaban por una ciudad enfocada en el funcionalismo. La arquitectura sería suficiente para solucionar cualquier problema social. Los espacios públicos concebidos en este tipo de ciudad carecían de cualquier elemento que no correspondiera a los principios de funcionalidad. No es necesario extenderse en cómo esta forma de urbanismo no tardó en encontrar grandes fallas a la hora de aplicarse en la realidad y en como áreas urbanas construidas bajo los principios de la arquitectura moderna se volvieron en centro de grandes conflictos y problemas sociales.
La aparición del “graffiti” y el “street art” demuestran la necesidad que sienten las personas de encontrar un nuevo medio de expresión. Más allá de una discusión sobre su valor artístico, es innegable que estas maneras cuestionan la forma tradicional en que el arte interviene en el espacio público. La manera de intervenir fuera de los recintos como el museo o la galería, se había quedado corta a la hora de entender y reflejar la compleja realidad social existente en la ciudad. No basta con cambiar el formato o con producir una obra que resista la intemperie o el vandalismo. Es importante la compresión de otros códigos y medios ya existentes que permiten el diálogo con un público diferente, pero sobre todo es importante comprender esa necesidad de expresión que nace de unas circunstancias sociales, económicas y culturales en conflicto.
El ejemplo mencionado anteriormente sobre el trabajo de Félix González-Torres ilustra cómo algunos artistas exploran nuevos campos y maneras diferentes de representar el contexto histórico en el que se vive. Bien es cierto que por un lado González-Torres manejaba los códigos del arte más clásico (o institucional), pero su preocupación por temas como el sistema de salud lo lleva a trabajar e intervenir en otros lugares (la calle), a explorar nuevos medios (fotografía y textos) y a crear un nuevo público fuera de los ya tradicionales interesados en el arte.
Historia, memoria y monumento se juntan en el espacio público para crear uno de los más interesantes y controvertidos territorios del arte contemporáneo. El artista que interviene fuera de los muros de museos y galerías no sólo queda expuesto junto con su trabajo a condiciones ambientales hostiles, a un espacio de mayor escala donde intervenir y al vandalismo; sino que además en el espacio público es donde todas las fuerzas políticas convergen y estas no van necesariamente de la mano de lo que se quiere expresar. Por último, es necesario manejar códigos comunes al público con el que se dialoga, pero también brindarle la oportunidad de entrar en otros más comunes dentro del mundo del arte. Es por esto que una obra hecha en y para el espacio público exige de una estrategia previa y de una preparación meticulosa por parte del artista.
El artista que va a intervenir en medio de espacios comunes debe valerse de una investigación previa del lugar y el tema a trabajar. Esta investigación va desde la recolección de datos, archivos fotográficos, artículos de prensa, cartografía del sitio, etc. pasando por entrevistas a habitantes del lugar e incluir visitas de campo. Esto le brinda al artista herramientas para entender el lugar y su público. Este artista busca incluir historias y personas en el radar de la historia, brindando medios que permiten su registro. De esta manera el artista no solo encuentra nuevos territorios donde expresarse, sino que anexa además nuevos y diversos lenguajes e incluye a un público, a los habitantes de estas áreas, que debido a sus circunstancias sociales y económicas suelen quedar fuera del radar de lo que solemos llamar cultura.
Los antiguos romanos solían hablar del genius loci o espíritu del lugar. Para ellos todos los lugares estaban habitados por una entidad, un espíritu encargado de cuidarlo. Era de gran importancia para ellos el poder reconocer y entablar un diálogo con esta entidad antes de hacer cualquier intervención en cualquier territorio. Y esto es esto lo que de alguna manera hace la obra de Francis Alys llamada “Bridge/Puente”. Este un buen ejemplo de cómo un artista entiende el genius loci de un lugar.
Este proyecto hecho en 2006 tenía como meta hacer un puente entre La Habana en Cuba y Key West en la costa de Florida, Estados Unidos. El puente seria construido utilizando las barcas de los pescadores de ambas costas. Las embarcaciones se irían alineando desde cada una de las orillas llegando eventualmente a encontrarse en un punto medio en el mar. Aunque la obra no llegó a ser terminada con “éxito”, su fuerza reside más allá de su imagen como obra in/acabada. Su verdadera potencia está en como Alys parte de un conflicto político (Cuba-Estados Unidos), un territorio o espacio geográfico (el mar que separa sus dos costas), sus habitantes (pescadores cubanos y estadounidenses) y utilizando los elementos que se prestaban para trabajar (las embarcaciones) explora la posibilidad ficticia de resolverlo a través de la construcción de un puente. Así es que en su carácter de puente inacabado, la obra representa un conflicto aún no resuelto entre los dos países.
Todo aquello que hacemos va dejando un registro: lo que comemos, lo que vestimos, cómo nos transportamos. Pero son nuestras formas de expresión tales como las artes plásticas, la música, la danza, el teatro, entre otras, las que brindarán herramientas para entender y reflexionar sobre nuestro pensar en el futuro. He aquí el valor y la gran responsabilidad que se esconde tras las expresiones culturales. Decía Walter Benjamin que el pasado nunca queda simplemente atrás, nunca es eliminado, sino que subyace debajo en las profundidades. El artista, mediante el uso de códigos y elementos que hacen parte de el lenguaje plástico, comunica hoy eventos y maneras de pensar a generaciones por venir.
La posibilidad de reconciliarnos con nuestras memorias y conflictos es un derecho que cualquier sociedad democrática debería conceder. Por eso es importante que existan artistas que trabajan desde la frontera, ahí donde el arte se expande y antes que excluir, incluye. La obra que surge en un contexto socio-cultural específico y está inscrita en un territorio o espacio geográfico determinado permite la elaboración de un mapa cultural diverso. La memoria es algo que nos permite como seres humanos entendernos, nos brinda un contexto en el cual nos es más fácil comprender nuestro rol dentro de una sociedad y una cultura para así asumir nuestro deber como individuos. El registro de estas memorias permitirá que la historia en un futuro tenga mejores posibilidades de servirnos como fuente de reflexión.
Hay artistas que asumen un compromiso que va más allá de la expresión de ideas y experiencias propias. Su trabajo se convierte en una reflexión sobre la vida desde la experiencia de lo cotidiano en un contexto social y cultural determinado. Antonio Palomino, escritor de la biografía de Diego Velázquez, decía que al pintor lo que le interesa “no es el sueldo diario (…) sino el honor y la fama póstuma”. Visto de otra manera, el compromiso del artista va más allá de su presente inmediato.
Esto pareciera ser una paradoja, pues las fotos de González-Torres, así como el puente hecho de balsas alineadas por Alys son temporales o efímeros. Sin embargo, trabajar en territorios cada vez más controlados y vigilados desde una práctica que no se basa en el vandalismo ni la violencia se convierte en una herramienta poderosa para consolidar de nuevo el espacio público como un lugar donde reflexionar lo que sucede en una sociedad. Así, el arte ha comenzado a recuperar territorios cotidianos, convirtiéndolos en escenografías para el crecimiento del espíritu humano.
Roberto Uribe Castro
Roberto Uribe Castro estudió arquitectura en la Universidad de los Andes en Bogotá. Hizo una maestrüia en estrategias de espacios en la Escuela de Artes Weißensee en Berlín (Kunsthochschule Weißensee Berlin). Es miembro fundador de la ONG Stadtgeschichten (Historias de ciudad) y trabaja actualmente en proyectos de espacio público en Berlín, Roma y Bogotá.
Manuel Cabrera
Manuel Cabrera nació en la Ciudad de México en 1986. Ahí estudió diseño gráfico en la Universidad Iberoamericana. Actualmente trabaja como diseñador e ilustrador independiente y termina sus estudios de arquitectura.
Enero 2014
© Santacruz International Communication